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martes, 7 de enero de 2014

GRATAS VIVENCIAS ADQUIRIDAS EN LA FARMACIA BOGAERT

Por Nelson Rodríguez Martínez (Cuqui)

El autor es Ing. Agrónomo, profesor universitario y presidente fundador de N.R. Bienestar, S.R.L., compañía dedicada a la producción y venta de productos medicinales naturales.

Este trabajo lo dedico, con suma deferencia y especial distingo, a mi querida e inolvidable Tía Celeste (QEPD), a mi apreciado primo hermano y Empresario Emprendedor, Rubén Darío Rodríguez, así como al dilecto amigo y Cultor Costumbrista Manito Santana. NRM

Las tradiciones y las costumbres facilitan el pensar, actuar y convivir de las personas integrantes de una comunidad específica, permitiendo lograr un conglomerado social característico, con sello propio, distintivo de sus acreencias y valores, perfilando los verdaderos y auténticos ciudadanos de un país, una región o un lugar determinado.

Como me comprometiera en una ocasión, me permito hacer remembranzas de algunas de mis vivencias en el expendio de medicamentos y patentizados de uso popular, frecuente en los tiempos que me tocó laborar durante los años 1961 - 1972, al lado de mi Tía Celeste (QEPD), propietaria de la Farmacia Bogaert.

Son de grata recordación las usuales demandas de gasa, esparadrapo (Zeta O), vendajes, apósitos de algodón, alcohol y curitas, usados para atender heridas leves; torniquetes, para controlar hemorragias; cloroformo o amoníaco, de gran utilidad para restablecer desmayos y vahídos. El socorrido algodón en rollo envuelto en papel azul; Picrato de Butesín, medicamento aplicado para mitigar las quemaduras, efectivo ungüento color amarillo, que algunos curiosos aprovecharon sus propiedades anestésicas para retardar el orgasmo masculino, como precursor del “Chinito”. De igual manera, la Yohimbina era muy procurada por el sector masculino para fortalecer su apetito sexual, aunque su libre uso se practicaba en caballos y otros animales; asimismo, de búsqueda periódica los eran, y continúan siendo, los Condones en sus diferentes versiones.

Para contrarrestar infecciones, Penicilina, y para catarros, bronquitis, pulmonía, la Estreptomicina, acompañada de Aceite de Amacey, Sábila con Cebollín, Gomenol y Miel de abejas, la Cabra, el Eucalipto y la Cuaba; para la ronquera e infecciones de garganta, gárgaras de Guatapaná. Expectorantes y antitusivos, el Robitussín y el Jarabe Mágico. El Cordial de Monell, útil en trastornos de la dentición en los niños. Para la papera , Pomada de Belladona (embarre negro) y en el caso de traumatismos, las Bolas de Golpe, como también el Ungüento Rompe Ubre. En situaciones de diversos dolores y fiebres, Aspirina y Mejoral, sin descontar la infaltable presencia del Termómetro; tabletas de Sulfaguanidina empleadas para trastornos oculares, Sulfadiacina, para la curación de “nacíos” y trastornos dérmicos y la Sulfasuxidina, para controlar estados diarreicos.

Para los orzuelos, óxido amarillo de mercurio o la aplicación de una cuchara “tibiada” y colocada sobre el área afectada. El Berrón (Bay Rhum), recurso de múltiples unturas, fue imprescindible para disipar fiebres, náuseas y mareos. El Bengué (Ben-Gay-1898), muy utilizado para eliminar dolores musculares y “vientos” y el Bálsamo Algesida; el Bálsamo El Tigre(1870), de origen asiático, en competencia posterior con el Pochún de China; y de la misma procedencia, el Aceite Medicinal La Flecha, que, al decir popular, servía para curar hasta el dolor de muelas.

Antisépticos de uso tradicional para la limpieza de paredes, pisos, retretes y útiles caseros en los hogares, clínicas, hospitales, mansiones y edificios, los fueron la trementina, el Pinol, creolina y la Pinozúa, amén del obligado uso del jabón de cuaba, a base del despliegue de enormes esfuerzos con el enérgico vaivén de escobas, cepillos, suápers y otros instrumentos básicos adicionales para lograr la correspondiente sanitación e higiene pretendidas.

Los antihistamínicos o antialérgicos, conocidos para combatir los resfriados y gripes: Desenfriol y Coricidín. Otro, aún vigente, es el Benadril, en jarabe y en cápsulas. El Sancochito, del Laboratorio Dr. Collado, para niños; Sebo de Flandes y de “ovejo”, para aliviar el pecho e inflamaciones, para extraer espinas de los erizos de mar, para sacar las desaparecidas niguas y para mejorar cicatrices. El Aceite de Culebra, de gran demanda “pa aflojái la coyuntura y los nervios”. Los aceites de Palo y de Tiburón eran buscados afanosamente por sus acciones anticatarrales, y los Tres Aceites, como purgantes efectivos. Para controlar la tensión nerviosa, el Bismuto, la Valeriana, Alhucema y el jarabe francés Passiflorine; el Jarabe Granadine, destinado para los riñones y mal de orina; la Creosota, cicatrizante en extracciones dentales.

Era de una inusitada demanda el Litargirio (Oxido de Plomo, amarillo naranja) para combatir el “grajo resistente y el aterrador sicote”. El Alumbre (Bisulfato de Aluminio), por sus cualidades astringentes, era empleado para producir estrechez vaginal y en gárgaras para hacer “buches” como acelerador de la cicatrización en las extracciones dentales. El Gerovital H3, para disminuir los efectos del envejecimiento. Era de uso común el Entero-Vioformo, antidiarreico hoy prohibido en algunos países, el cual no faltaba junto al Elíxir Paregórico( mezcla de Opio y alcohol) o el Donnatal (Elíxir de Atropina).

Para contrarrestar malestares estomacales, la Leche de Magnesia Phillips, con su clásico frasco azul y característico sabor a tiza; luego, apareció la Leche de Magnesia del Dr. Collado. El Bicarbonato de Sodio, para “alivianar las jarturas”, el “empache”. La infaltable Sal Andrew y el Alkaseltzer, cumplían estos propósitos, además de este último, útil para amortiguar los severos síntomas de la “resaca”. La Pasta Granúgena fue el cicatrizante más efectivo, luego de tratar las heridas con Sulfa. Otro producto obligado para lavar las heridas produciendo espuma, lo era el Agua Oxigenada, utilizada luego como decolorante de pelo para la fabricación de “rubias instantáneas”.

Para fortalecer el cerebro y estimular la memoria, el tónico Nervocerebrina fue muy requerido por estudiantes (Rubén, mi primo, era un feliz usuario) y envejecientes, así como el BGphos. Recordable en ese entonces, el producto preferido por excelencia lo constituía la Fitina, que por ser acreditada y reconocida estimulante de la memoria, el estudiantado la acogía con avidez, entre los cuales, tanto el primo Rubén como un servidor, nos gratificábamos con su consumo periódico.

Asimismo, la Piedra Lipe (Sulfato de Cobre) se empleaba para la cura de empeines, “mataduras” y “rámpanos rebeldes”, era un remedio para animales y humanos. Los purgantes, recursos para “la limpieza interna”, se componían de Aceite de Ricino, de Castor, Purgante Vichy, Citrato de Magnesia, Sal de Epson, Sal de Glauber y, en casos más leve, el Exlax o el Chicle, y la Píldora de Vida del Dr. Ross. El Tiro Seguro era un purgante “drástico”, al igual que la Jalapa, ambos poderosos y eficaces, que ponían de “corre julle” a cualquiera de sus “afortunados usuarios”. También se acudía a la farmacopea botánica tradicional, elaborando el Té de Hojas de Sen, Cañafístola, Sábila, Apasote y la Artemisa, para eliminar oportunamente los parásitos intestinales.

Además, la Pomada de Guardia (hoy Ungüento de Badger), abría prodigiosamente los “nacíos” y “golondrinos”. La Violeta de Genciana, poderoso antiséptico, desinfectante y cicatrizante, que “secaba” las heridas con una tonalidad púrpura y tornasol; el Mercurocromo, antiséptico y cicatrizante por excelencia que compitió con el “metiolé” (Methiolate), que cuando se unta “ pica como er diablo”, por lo que es necesario armarse de valor para “soplar” la herida y así evitar “un grito de ardor” o “jalar aire desesperada y profusamente”. La Tintura de Yodo, tradicional para cuando uno se pinchaba con un clavo, a riesgo de contraer tétanos. El Azul de Metileno, antiséptico ideal para dar “toques” en la garganta, utilizado en la aparición de placas blancas (hongos) en las amígdalas.

El Acido Bórico, fue uno de los recursos más utilizados en el pasado farmacéutico, como antiséptico, insecticida, contra hongos y para lavados vaginales, pero hoy está contraindicado. El Alcanfor, para combatir la tos, tupición y “espantar los espíritus”. El Transpulmín, Pulnocitris, jarabes para restaurar las vías respiratorias. La pomada criolla Cheché, usada para “desbaratar nacíos, golondrinos y forúnculos”. La Sudorina Estrella Azul y el desodorante Deporte, muy empleados para mitigar la sudoración de “los sobacos”. Para cicatrizar, el Sulfatiozol y su estrella, el Sulfacol, y para los ojos, el Colirio Eyemó.

En todo hogar no podía faltar el gorro de hielo, con tapa metálica y de boca ancha para los cuadritos de los “morden” de hielo. El recipiente esmaltado destinado para enemas y lavados, con su manguerita blanca y el temido “pichuete” color negro, trío completado con la aplastada bolsa de hule rojo para llenarla de agua caliente, tibia o fría, dependiendo del caso requerido.
Los galleros no escapan a su digna mención, puesto que la Farmacia disponía de vitaminas, Cerote y Espolón, para amparo de sus trabas de gallos, como igual sucede con los empedernidos fumadores con la Bencina, al detalle o envasada, para surtir sus predilectos encendedores.

Para la limpieza del sistema digestivo, léase estreñimiento, de suprema elección lo era el “bien ponderado” Aceite de Higuereta, Aceite de Ricino, sin dejar de reconocer la Magnesia Chevalier. Para el clásico “chichón”, manteca o mantequilla, Mentholatum o Vickvaporub, con su ”sobo” acostumbrado, casi siempre acompañado de sal molida. Pastillas Penetro, Vick o la pastillas Valda, de gran uso para calmar la tos, y el imprescindible inhalador para destupir.

El Jabón de Castilla, de poca espuma, a base de Aceite de Oliva, utilizado para lavativas y enemas; Jabón Neko, el Salvavidas (Lifebuoy, 1895) y el de Creolina, con sus clásicos olores, empleado para acabar con los “paños, ñáñaras”, limpieza de la piel y la consabida vaselina para el pelo y de amplio uso “pa’ tó”. Demanda obligada por parte del sector femenino lo eran las barritas de Manteca de Cacao, de amplio uso para limpiar y embellecer el cutis, como la bien reconocida Pomada Aurora. El Acido Salicílico con alcohol Isopropílico, de gran utilidad para acabar con los “paños”, untado con algodón.

No debo pasar por alto la Broncodermina, que aprendí a elaborarla al igual que otras formulaciones magistrales, la cual era una pomada mentolada con vaselina, eucaliptol, lanolina y otros ingredientes, indicada para la tupición, el asma, catarro, aliviar dolores musculares e inflamaciones. De igual manera, merecen especial mención el Compuesto Vegetal de la Señora Muller, empleado como depurativo femenino; la Emulsión de Scott, el del “Bacalao a Cuesta”, para contrarrestar los catarros y las gripes de entonces, al igual que el Wampole y la Emulsión de Kepler. Asimismo, el Elíxir Belivrón, todavía vigente, era ampliamente procurado como producto suplementario multivitamínico mineral.

De igual requerimiento: el Forty Malt y el Extracto de Malta con Hemoglobina, se empleaban, como hoy día, para contrarrestar las anemias, convalecencias y el déficit de vitaminas y minerales. No faltaban las cápsulas blandas de Aceite de Hígado de Bacalao, que luego vinieron comprimidas para desechar el profundo aroma a pescado que despedían las primeras, las cuales se empleaban para combatir las enfermedades broncopulmonares.

El Calcio Granulado, empacado en cajitas o en envolturas menudas, era muy demandado para fortalecer los huesos y la dentadura, que por su atractivo dulzor era frenéticamente requerido por niños y adolecentes, colándose algunos adultos en su incesante búsqueda. Para disipar el Paludismo, se expedían las cápsulas de Quinina, que a su vez, eran empleadas para bajar las fiebres y febrícolas persistentes. El rebuscado Negro Eterno, para teñir el pelo, la acreditada vaselina al detalle y las brillantinas Alka y Para Mí.

Al detalle y en envolturas especializadas de farmacia con papel periódico, cuyo peso promedio era de 10 gramos, se facilitaban: la manzanilla, alhucema, anís de estrella, Sen, jalapa, tilo, incienso, valeriana, acíbar, cáscara sagrada, azufre, goma arábiga, ácido bórico, alumbre, alcanfor, eucalipto, piedra pómez, bicarbonato de sodio, litargirio, linaza, asafétida, pez rubia, azúcar candy, borraja, sal de Epson, ruibarbo, mirra, bocaral, anilina, sal de Glauber, sal de Bórax, entre otros de digna mención. De igual forma, se disponía de múltiples tinturas al detalle para determinados propósitos: Pasiflora, benjuí, eucalipto, ajo, jengibre, pachulí, vainilla, hamamelis, malagueta, azahar, clavos de especias, canela, badiana, pino, regaliz, mirra, valeriana, entre otras tantas.

En lo referente a la amplia demanda popular de esencias, extractos, perfumes, aguas aromáticas, polvos, desodorantes y jabones, lo constituían los perfumes, algunos aún vigentes, tales como: Pachulí, Revedor, Tabú, Para Mí, Heno de Pravia, Felce Azurra, Reuter, Agua Florida, Agua Velva, jabones de igual nombre, incluyendo el Palmolive, entre otros.

También, de gran significado y amplia demanda por brujos, adivinos y médiums, los eran las aguas aromáticas, esencias, polvos y algunos de los previos mencionados, de feliz recordación por sus virtuales nombres sonoros: Viniviní, Arrasa con tó, Vente conmigo, Aléjalo de Mi, Sortilegio de Amor, Amárralo Para Mi, Déjalo Quieto, Dame Salud, Suerte y Dinero, Añóñame Mucho, Vete Lejos, Tráeme Fortuna, Quita Sueño, Rompe Amor, Disuelve Matrimonio, Solo Para Mi,… en fin, la lista resulta larga y tendida.

Para abasto de los vendedores de Frío-Frío, la Farmacia disponía de un arsenal de colorantes vegetales y de variados saborizantes, como los de fresa, uva, frambuesa, menta, piña, vainilla. Recuerdo que la Panadería Reyes, entre otras, demandaba profusamente el Amarillo Vegetal para darle coloración a sus productos de panificación, siendo a su vez acogido todo ello, por los múltiples artesanos del azúcar, el coco, la miel de abejas, la levadura y de la harina.

La Farmacia disponía de una sección para la venta de útiles escolares, libros, diccionarios, revistas (Vanidades, Buen Hogar y Carteles), enciclopedias, novelas (Corín Tellado,…) y obras culturales de diferentes géneros y orígenes variados de autores de gran nombradía, entre ellos: Alejandro Dumas, José ingeniero, Bécker, Campoamor, Vargas Vilas y otros. Particular mención merecen los afamados y rebuscados “paquitos o muñequitos” y las revistas destinadas para niños y adolescentes (me excusa, César Brea): El Fantasma, Supermán, El Llanero Solitario, Tarzán, Fantomas, Chanoc, Daniel El Travieso, Ratón Mickey, Tribilín y Eneas, Lorenzo y Pepita, Mafalda,… la mera verdad, la lista resulta larga.

Del mismo modo, tuvimos la gratificante oportunidad de aprender a elaborar formulaciones magistrales compuestas predeterminadas bajo receta médica, acreditadas por la farmacopea vigente de entonces, para su apropiada utilización posterior en distintas situaciones mórbidas y de insalud.

Mi bien recordada Tía Celeste, fue una persona laboriosa, recta, de reconocida probidad, sapiencia y de buenas intenciones, al orientarnos fervientemente en el sutil y considerado trato de los clientes, así, como en el esmerado servicio a prestarles con oportunidad, eficiencia, dignidad y respeto, cuyas enseñanzas he acopiado y puestas en práctica con resultados invaluables en mi diario discurrir.

Agradezco infinitamente a mi querida Gran Maestra Tía Celeste, quien, junto a mi Querido y bien Ponderado Padre, constituyó la fuente inspiradora sobre la utilidad de los recursos vegetativos y mi amor por las plantas medicinales, quien tuvo la enorme paciencia, la extraordinaria sabiduría y la suprema dedicación para enseñarnos, a un servidor y otros primos, como Rubén , el maravilloso mundo de la química farmacológica, a través de la elaboración práctica y sencilla de variadas tinturas, jarabes, tónicos, extractos, elíxires, perfumes y esencias aromáticas, ungüentos y pomadas, polvos medicados, entre otros.

Pido disculpas a mis dilectos pacientes y fieles lectores, por el posible “olvido senil” de muchos otros productos de gran trascendencia y dejados de mencionar en esta colaboración, fiel retrato de una época ensoñadora y de sencillo vivir, abrumada de tantas inconveniencias y “facilidades”, a pesar del “inusitado progreso” obtenido en nuestro agitado y fluido transcurrir.

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