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viernes, 14 de marzo de 2014

EL HOSTIGAMIENTO DE TRUJILLO AL GENERAL ARIAS (*)

Por Rafael Darío Herrera Rodríguez

La muerte del general Desiderio Arias

La mayor parte de los textos que refieren la muerte del general Arias ha acogido acríticamente el supuesto de que este pereció cuando se sublevó contra el incipiente régimen de Trujillo. En realidad, Arias solo se rebeló en los últimos días de abril de 1931, luego de haber acompañado a Trujillo en un recorrido por la línea noroeste, como respuesta a los embates que sufrió de la incipiente pero feroz dictadura.

Las contradicciones entre Arias y Trujillo se revelaron temprano, como era lógico. En octubre de 1930, y ante los planes de Trujillo de formar un partido único, Arias publicó una carta en los periódicos en la que exhortaba a todos los militantes del Partido liberal a mantener su fidelidad al mismo. En este sentido, fue el único dirigente político, como lo ha destacado Bernardo vega, que se opuso al designio oficialista de instituir un partido único, que en principio se llamó Gran Partido unionista. Probablemente con fines propagandísticos, Trujillo publicó enormes listados de supuestos adherentes a dicha entidad.

En los primeros días de noviembre de 1930 se produjo la renuncia de José Manuel Jimenes (padre de Juan I. Jimenes Grullón) como secretario de Fomento y obras Públicas, el único aliado de Arias que permanecía en el Gobierno. Los organismos de inteligencia norteamericanos interpretaron este hecho como el principio del fin. Durante todo el mes de diciembre de ese año las relaciones entre Arias y Trujillo se tornaron extremadamente tensas, por lo que el primero intentó entrevistarse con el agregado naval norteamericano, Thomas (Tommy) Watson, a fin de solicitarle su mediación ante Trujillo. Al fracasar estas gestiones, Arias solicitó protección al señor John Moors Cabot, primer secretario de la Legación norteamericana, quien lo visitó e impidió que el coronel Leoncio Blanco lo apresara.1 La situación se tornó angustiante para Arias, y el contenido de una carta que le envió a Trujillo en diciembre de 1930 revela que se hallaba virtualmente acorralado:

“Ante la situación, para mí inexplicable, en que me encuentro frente a usted me valgo de esta carta, puramente privada, para pedirle que me oiga algunas explicaciones, si son necesarias, o que usted me las dé a mí ya que ignoro de la manera más sincera los motivos que originan el distanciamiento que nos separa hasta en nuestras relaciones personales. Quiero que si usted tiene algo sobre lo cual pueda acusarme que me lo diga para salir de este mar de dudas en que vivo y hasta para su propia satisfacción si una explicación de mi parte le convence de la lealtad con que he venido sirviendo al Gobierno y a usted. Personalmente”.2

Posteriormente, y al parecer por intrigas del vicepresidente Estrella Ureña, el capitán Miguel Ángel Paulino, jefe de la temeraria banda de facinerosos denominada «la 42», lo apresó y lo condujo ante Trujillo. Luego del forzado encuentro las relaciones entre ambos mejoraron sustancialmente, hasta el punto de que Arias se comprometió a realizar una declaración pública a favor del déspota, pero en lugar de esto, y ante el clima de inseguridad predominante optó por refugiarse en Haití, de donde retornó luego que le otorgaron garantías de seguridad.

Entre enero y marzo de 1931 las relaciones entre Arias y Trujillo se mantuvieron en relativa armonía, a juzgar por la participación del primero en el tradicional desfile militar del 27 de febrero de este año, donde se exhibieron un conjunto de armamentos (ametralladoras y rifles) adquiridos recientemente por el dictador. En marzo, y ante las informaciones que le proporcionaron los servicios de inteligencia, Trujillo trasladó el Gobierno a Santiago, incluyendo el congreso, y permaneció en esta ciudad hasta fines de junio. Pero en abril de este año el general Arias decidió articular un movimiento revolucionario, y congregó un considerable contingente de seguidores dotados de pocas armas, incluyendo algunos oriundos de Cañongo, Dajabón, comunidad en la que residió durante su juventud.

En abril Trujillo envió una primera comisión a la loma el Sillón de la Viuda de Gurabo a entrevistarse con el senador Arias, conformada por Federico Rodríguez y su hermano, el diputado por la provincia de Montecristi Juan I. Rodríguez, a quienes el general Arias les planteó sus principales demandas. El 1 de mayo se designó una segunda comisión mucho más amplia, integrada por personalidades relevantes como Jacinto B. Peynado, secretario de interior y Policía; Mario Fermín Cabral, presidente del senado; Max Henríquez Ureña, superintendente general de Enseñanza y el gobernador de Montecristi.

El senador Arias les planteó condiciones especiales para abandonar su refugio en las montañas, relativas a su seguridad personal, a la de los integrantes del Partido liberal, al cese de la cruel represión que llevaba a cabo el ejército y a la necesidad de instituir un gobierno democrático liberal,3 lo que disgustó al tirano y colocó las negociaciones en un punto muerto. En este contexto solo se vislumbraba un enfrentamiento armado. Pero se designó una tercera comisión, conformada esta vez por el Dr. Federico Rojas, el mayor Leoncio Blanco y Federico Rodríguez, quienes recibieron instrucciones específicas Trujillo en Montecristi, y esta vez lograron persuadir al senador Arias para que se entrevistara con Trujillo en los primeros días del mes de mayo.

El encuentro de Trujillo y Arias en Mao

Para entrevistarse con Arias, Trujillo se trasladó al lomo de un caballo a Mao desde la casa de Pedro Chávez en Guayacanes hasta la barca ubicada en el paso de Guayacanes del río Yaque del Norte, en compañía de Manuel Evertz, diputado por el Partido liberal, el general Andrés Molina y el mayor Leoncio Blanco. Desde allí se trasladaron a la residencia de Agustín Hernández, a la sazón inspector de agricultura de la localidad, donde se verificó el encuentro. Por esta acción Trujillo hizo que el congreso nacional le otorgara, el 26 de febrero de 1937, la condecoración de la «Gran Cruz del Valor». Como paso previo el Ejército había designado una comisión para que indagara, verificara y recomendara sobre los diversos informes que esa entidad había recibido relativos a los «actos de valor excepcionales» ejecutados por Trujillo. Todos los reportes estaban vinculados a la participación de Trujillo en 1931 a la eliminación de las sublevaciones de Cipriano Bencosme y Piro estrella y a la liquidación del general Arias. Se omitían, naturalmente, los desmanes cometidos combatiendo a los gavilleros del Este, y ni hablar de la práctica del abigeato y de haber violado tres veces, una de ellas en un campanario de la iglesia, a la joven Isabel Guzmán, de 17 años, en julio de 1919, mientras patrullaba los llanos en busca de gavilleros, hecho por el cual se le sometió ante una Corte Marcial. Y a pesar de existir abundantes evidencias en su contra, una junta de oficiales norteamericanos se negó a condenarlo.4

Treinta años más tarde, el 14 de mayo de 1961, las autoridades de Mao organizaron un grandioso homenaje al déspota, en el cual el señor Manuel Evertz, un antiguo desiderista, presidente del Comité Organizador,5 le entregó la «Medalla de la Gratitud y el valor», «en reconocimiento a su valor personal cuando, sin escolta alguna, se entrevistó aquí con el sedicioso Desiderio Arias, rodeado de numerosos seguidores”.6 Los ideólogos del temprano régimen también aprovecharon este encuentro para poner de relieve los «dotes heroicos del dictador», ponderándolo como una de «sus hazañas más celebradas»:

“… cuando Trujillo, en actitud heroica que habrá de copiar algún día la gesta de algún varón ilustre [...] dejando atrás su Estado Mayor, imperativamente, e internándose en la espesura del bosque, solo, sin más compañía que su conciencia que nada le reprochaba y su valor legendario, rodeado de salvajes amigos del general Arias, armados y en actitud hostil, se despoja de la pistola y la arroja a distancia, poniéndose a merced de los rebeldes [...] ¿Decidme, si en los anales patrios, ha recogido la historia gesto de tal sentido conciliatoriamente heroico?”.7

Antes del arribo de Trujillo a Mao por toda la ciudad se hallaban esparcidos decenas de militares vestidos de civil, quienes impusieron restricciones a los reconocidos seguidores del caudillo noroestano. Arias recibió a Trujillo con una evidente actitud de disgusto mientras este último se mostraba risueño y le interrogaba sobre las razones de su levantamiento. Arias insistió sobre la violación de los convenios por parte de Trujillo, quien, durante la entrevista, le hizo todo género de promesas al guerrillero, una de las cuales consistió en la adjudicación de nuevas armas a sus seguidores. La mayor parte de las armas entregadas posteriormente poseían algún tipo de imperfección.

Antes de finalizar la entrevista, Trujillo le pidió a Desiderio que le presentara a su gente, algunos de los cuales estaban rotundamente opuestos al nuevo pacto entre ambos. Al salir de la casa, Trujillo tuvo un cálido altercado con Salomón Haddad, el Turquito, comerciante y notable miembro del séquito de Arias, quien acusó a Trujillo de ser un traidor. De acuerdo con algunos testigos de la época, varios de los integrantes del séquito del caudillo, como el propio Haddad, Pin Villamán, Francisco Morillo, se ofrecieron para liquidar a Trujillo, pero Arias era un hombre fiel a la palabra empeñada e incapaz de cometer cualquier acto de perfidia.

De acuerdo con el contenido de un escrito de Papito Rivera, el señor Máximo Ares García (Pasito), miembro del Partido liberal, luego de la entrevista de Arias con Trujillo, logró entrevistarse con el caudillo liniero, en la residencia de Salomón Haddad de Mao, para indagar sobre los resultados del encuentro. El legendario guerrillero liniero le reiteró los términos con los cuales se había dirigido a Trujillo:

“Yo no soy su enemigo. Me brindé a darle colaboración a su gobierno, pensando que su gobierno iba a seguir la tradición de respeto hacia la ciudadanía que la República Dominicana había consagrado durante muchos años, pero en su gobierno se están cometiendo una serie de crímenes y yo no puedo permitir que mi nombre se involucre en los crímenes y atropellos que se están cometiendo [...] Esa es la circunstancia que me mantiene un poco alejado de usted [...] Yo no retornaré a la capital de la República”.8

Al finalizar el encuentro, Trujillo y Arias recorrieron a pie las calles de Mao, aprovechando que en ese momento se efectuaban las fiestas Patronales de la común y luego se trasladaron a la glorieta del parque de Mao, donde se dieron un abrazo público para simbolizar el fin de las hostilidades entre ambos. Allí estuvieron presentes el secretario de Arias, Dr. Federico Rojas, quien calificó el abrazo de Arias y Trujillo como «el abrazo de todo Mao» y afirmó que el general Arias no era capaz de pronunciar un discurso brillante pero sí de movilizar una región. Estas palabras, según afirman algunas personas presentes en el acto, al parecer no resultaron del agrado del dictador.9

Una vez pronunciados los discursos de rigor, la comitiva se trasladó al club Quisqueya a tomar champagne, luego de lo cual retornaron a la residencia de Hernández para compartir un almuerzo dispuesto para la ocasión. Además de los personajes principales, participaron el Dr. federico Rojas, el Lic. Jacinto B. Peynado, Rafael Brache, Juan I. Rodríguez Jimenes, Juan Tomás Ligthgow, Max Henríquez Ureña y el diputado Manuel Evertz. Al concluir, Arias despidió a toda su gente a trabajar, algunos de los cuales mostraron su disgusto por la actitud sumisa del caudillo.

Como resultado del encuentro con Trujillo, el General declaró lo siguiente:

“… es necesario que el pueblo sepa que no hay bases ni convenios entre el Honorable Presidente de la República y yo. Nuestra entrevista fue la de dos buenos y viejos amigos en que se tocaron diversos tópicos que no dudo redundarán en beneficio de la reconstrucción nacional, en la cual el Honorable Presidente está vivamente interesado, a tal punto que recabó de mi humilde persona mi opinión y colaboración, la cual gustoso y como ineludible de patrio- tismo le ofrecí incondicionalmente”.10

Poco tiempo después de esta memorable entrevista, circuló insistentemente el rumor en Mao de que Trujillo eliminaría al caudillo noroestano. Esto provocó naturalmente la intranquilidad del general manigüero. Lo más probable es que dicho rumor procediera de las propias esferas del poder, es decir que se tratara de una treta del trujillismo para liquidar al carismático líder, quien en realidad no estaba en condiciones de emprender nuevas acciones guerrilleras debido al virtual deterioro físico que padecía, no obstante poseer menos de sesenta años.

De acuerdo con informaciones orales que obtuvimos, por mediación de un tercero Trujillo trató de sobornar al general Carlitos Daniel para que asesinara al general Arias, proposición que este rechazó rotundamente. Privadamente, Daniel afirmó que no tiraba un solo tiro con Arias.

La ofensiva final de Trujillo contra Arias

La publicación del manifiesto al país por parte de Arias profundizó el distanciamiento entre Trujillo y el caudillo liniero. El texto constituía una especie de autocrítica en la que se expresaba la negatividad de las «guerras civiles» y «los beneficios de la paz,» y se acentuaba la inutilidad de la acción del 23 de febrero. «Él (Trujillo) solo resucitó odios y pasiones, dando una oportunidad mayor que nunca al entronizamiento de la traición y al incremento del crimen, alentando los abusos de autoridad y los excesos del poder”.11

El texto expresaba alarma por la marejada de crímenes que se estaban materializando en esos momentos y refería los nombres de las personas asesinadas en los inicios del régimen, tal como la del periodista y dirigente horacista Virgilio Martínez Reyna el 1º de junio de 1930, quien había advertido a Vásquez sobre los aprestos conspirativos de Trujillo, y su esposa Altagracia Almánzar, que se encontraba en estado de gravidez. Este crimen horripilante se le imputó al sanguinario general José Estrella, quien al caer en desgracia con el régimen fue apresado y acusado de haber embarazado a tres hermanas.

En los días subsiguientes miembros del ejército asesinaron en el parque colón de santo domingo al general Alberto Larancuent (27 de sepiembre de 1930), compañero de lucha de Arias, y al también general Pulú Pelegrín en Puerto Plata así como a Manuel de Js. Gómez. A todos estos crímenes se adicionan, de acuerdo con el manifiesto, 18 fusilamientos en san francisco de Macorís, 116 en Puerto Plata y 100 en Moca bajo el pretexto de ser cómplices del general horacista Cipriano Bencosme. Arias denunció también que la noche del 16 de diciembre de 1930, en medio de la carretera Sánchez, y bajo amenazas de armas, se le quería imponer la renuncia de su cargo de senador por la provincia de Montecristi. Idéntica coacción recibió uno de los diputados del Partido liberal al día siguiente. Denunció igualmente que el jefe del ejército reemplazó todos los jueces de la corte y de los tribunales que consideraba desafectos.

La conciencia de Arias quedó fuertemente impactada con el asesinato en sabaneta de evangelista Peralta (Tío Sánchez), el 1o de septiembre de 1930, el guerrillero que en la manigua «le llenaba todos los huecos de la más mínima imprevisión y le ponía a salvo de asaltos», según Rufino Martínez. los rumores circulantes en la época ubicaban al general Arias y a Estrella Ureña como las próximas víctimas. Asimismo, en el manifiesto quedó plasmado el más severo auto reproche del general Arias:

“Por todas estas gravísimas cosas, yo me confieso culpable de esta situación, toda vez que irreflexivamente favorecí la candidatura del general Trujillo, mas yo deseo hacer constar que me engañé aquella vez por tener la creencia de que un hombre joven como él estaría enamorado de la gloria personal y del bien del pueblo y de la Patria y podía merecer todo por una obra de gobierno digno de la época y propicia del momento histórico que vivía la Republica; tuve fe, repito, en el orgullo que pone la juventud que no se ha corrompido y creí que el general Trujillo hubiera sido capaz de hacer del país una verdadera nación organizada en donde el derecho, la justicia, el amor, la cordialidad y el respeto a la vida y a la propiedad constituyeran el patrimonio de la sociedad y de la Patria”.12

A los pocos días de la publicación del manifiesto, específicamente el 13 de junio de 1931, y ante el aumento de las tensiones, un contingente de 132 personas, muchas de ellas soldados vestidos de civil y presos criminales, salió de la fortaleza San Luis de Santiago hacia Mao, pero al llegar en camiones al paso de Guayacanes confrontaron graves dificultades para vadear el río Yaque del Norte debido a desperfectos del motor de la barca utilizada para esos fines. Esto los obligó a cruzar impulsando la rústica embarcación con fuerza humana, y naturalmente, ese gran número de hombres en ese trajinar y luego movilizándose hacia la ciudad llamó la atención de los lugareños que de inmediato le avisaron al general Arias, quien ya estaba a la expectativa por la escalada represiva desatada.

Las tropas penetraron de forma súbita y violenta al pequeño poblado de Mao y en un primer enfrentamiento mataron a dos de los acompañantes del líder noroestano. Por lo imprevisto de la acción, solo un reducido grupo de personas pudo acompañar al debilitado y enfermo caudillo en su retirada hacia las lomas de Gurabo, lugar familiar para él, en un movimiento completamente defensivo para rearticular sus menguadas fuerzas. Los ideólogos del régimen exitosamente divulgaron la especie de que Arias se había sublevado motu proprio, cuando en realidad se trató de un movimiento de supervivencia ante la inminencia de su muerte.

En esta repentina y confusa acción defensiva, y en el trayecto hacia las lomas de Zamba (Gurabo), algunos de los miembros de la retaguardia, en el lugar denominado Las Caobanitas, en la encrucijada de los caminos que conducen a Pueblo nuevo y a Santiago Rodríguez, hicieron frente a las tropas oficiales para dar tiempo a que Arias llegara a su refugio. Como se puede fácilmente colegir, no se trató de una actitud levantisca o guerrillera como se empeñó en divulgar la dictadura, y todavía consignan muchos textos, sino de una actitud defensiva destinada a preservar su vida. De hecho, en Mao eran vox populi los achaques de salud del general Arias, lo cual le impedía incluso asistir a las sesiones del congreso en Santiago desde el primero de mayo de 1931 y mucho menos enfrascarse en acciones guerrilleras que demandaban tanto un gran esfuerzo físico como la disponibilidad de ingentes recursos monetarios, al margen de que el escenario y los actores ya no eran los mismos.

Se ha estimado que Arias disponía de unos 100 hombres, de los cuales solo la mitad estaba dotada de armamentos. En cambio, las tropas oficiales se incrementaron en unos 450 miembros, que portaban modernos armamentos. De acuerdo con informaciones de Thomas Watson, la acometida contra el bizarro caudillo se produjo tras la captura en Puerto Plata de un «agente reclutador de Arias». El 15 de junio Trujillo visitó a Mao para enterarse de los pormenores de la acción militar pero continuó hacia Montecristi, Dajabón, Guayubín y Sabaneta para solicitar a la población su colaboración en la captura de Arias.

Ante el desplazamiento defensivo de Arias hacia las colinas ubicadas en la parte central de la provincia Valverde, la burocracia local organizó varios actos en apoyo del régimen. En la tarde del 15 de junio se realizó un mitin de apoyo a Trujillo en el parque Amado Franco Bidó de Mao, en el que participaron, según la crónica del poeta Osvaldo Bazil, más de 500 personas. En el mismo fungió como orador principal Mario Fermín Cabral, quien afirmó que:

“… el propósito del Gobierno es el de robustecer una vez más las garantías para todos los ciudadanos.» Trujillo observó el acto desde la galería del club Quisqueya y posteriormente se reunió con los alcaldes pedáneos «para recomendarles que inspiren confianza a los campesinos y eviten que sean víctimas de los atropellos”.13

Tres días antes del asesinato de Arias, el 17 de junio de 1931, el secretario de estado de la Presidencia emitió una concisa nota en la cual consignaba oficialmente la persecución judicial de Desiderio Arias, Francisco Morillo y Victoriano Almánzar como autores materiales de la muerte del agricultor Vertilio Reyes,14 con lo que se pretendía legitimar cualquier acción violenta del ejército y se decretaba de esta manera la muerte del general Arias, quien llevaba todas las de perder debido a que carecía de armas para enfrentar al ya sólido ejército trujillista, temido por toda la población.

Esta «nueva fuerza de modernización» que era el ejército, con el monopolio absoluto de las armas, infundió el temor entre la población, además de que se politizó con gran celeridad. El fracaso del ejército en su función de preservar el orden y proceder apolíticamente fue reconocido por las propias autoridades norteamericanas radicadas en el país.

“La población desarmada ya no podía luchar contra un ejército moderno, bien equipado, y bien entrenado. Tampoco podían hacerlo los viejos «generales», sin prestigio y con pocas armas como se evidenció en los casos de Pedro A. (Piro) Estrella (1930), Cipriano Bencosme (1930) y Desiderio Arias (1931)”.15

El mismo día 17 de junio se celebró un baile en el club Quisqueya de Mao, dedicado a Trujillo. En nombre del jefe, ofreció las gracias el entonces gobernador de Santiago, Francisco Pereyra hijo, y de acuerdo con la nota de Osvaldo Bazil: “todo respira paz y deseos de sosiego, a pesar de que más de 30 generales están reunidos junto al Presidente, deseosos de cooperar a la extinción del incidente espantadizo que dio lugar a la creencia de que el orden público correría riesgo de ser alterado. La más dichosa paz brilla en Mao como una ofrenda a los hombres de trabajo que abundan en esta próspera región”.16

Pocos días antes de la muerte de Arias, Trujillo había expresado, con mucha seguridad, en el comercio de don Emilio Reyes Aranda, ubicado en ese entonces en la calle independencia, esquina 27 de Febrero, que el general Arias carecía de armas para tumbarlo.17 Esta versión coincide con la ofrecida por el coronel Cutts, quien seis semanas antes de la muerte de Arias, y en un reporte de inteligencia a Washington, informaba que «Trujillo prácticamente estaba apoyando financieramente a Arias y a sus seguidores y por eso no les temía y se refería a él como “ese pobre viejo” y lo trataba con cierta cordialidad».18 La incongruencia de estos asertos es notoria, pues si realmente no se le temía al caudillo no había necesidad de trasladar el Gobierno a Santiago.

Sobre la defección de los correligionarios de Arias, antes de su muerte, se hizo eco también en la prensa nacional el diputado Virgilio Trujillo, hermano del tirano, quien declaró que:

“… los hombres que en el pasado siguieron ciegamente al general Arias, le han dado el frente, porque esos mismos hombres, congregados al lado del general Trujillo, constituyen una vanguardia a la actitud asumida por el general Arias”.19

El escenario para «el fin del caudillismo» estaba preparado, y, con la determinación de dirigir las maniobras encaminadas a liquidar el avezado caudillo, Trujillo prácticamente instauró su gobierno en Mao, respaldado por un fuerte contingente militar. El 20 de junio el dictador retornó a Santiago y ese mismo día se produjo la muerte de Arias. La versión oficial difundida sobre la muerte de Arias, a quien se atribuía la conducción del movimiento revolucionario, refiere que este pereció en la mañana del sábado 20 en los cerros de Gurabo (Mao) al ser sorprendido su campamento «por una patrulla del ejército nacional dirigida por Felipe Ciprián. De acuerdo con la crónica periodística, al momento de consumarse la acción Arias y sus hombres se hallaban alojados en un rancho en medio de un campo sembrado de maíz, en compañía de unos diez hombres y estaba “posicionado” en uno de los puntos más estratégicos de aquellas lomas, desde donde dominaba la entrada principal y todos los caminos vecinales. El grupo se hallaba a la expectativa para repeler cualquier embiste, el cual esperaban por el camino, sin calcular que el asalto podía llegarles por otra parte, pues parecían estar seguros de lo inaccesible de aquel sitio por cualquier otra vía. La guerrilla del capitán Felipe Ciprián, secundada militarmente por el general José Estrella y por los tenientes del ejército, González, Mélido Marte y Ludovino Fernández, y apoyada por un conocedor de aquellos terrenos, realizó un rodeo del campamento revolucionario y cayó sorpresivamente sobre el general Arias y sus compañeros”.20

Esta versión difundida por los diarios nacionales presenta similitudes con la que expone el aventurero William Burke en sus Memorias:

“Ciprián dejó a Fernández con veinticinco soldados vigilando un costado de la loma, mientras él, con cautela, daba la vuelta con el resto de su equipo para cortarle la retirada del otro lado. Los fugitivos fueron tomados por sorpresa y no tuvieron la oportunidad de hacer gran resistencia, especialmente contra soldados bien entrenados y apertrechados con armas superiores. Varios fueron muertos en sus esfuerzos por escapar, mientras buscaban refugio de árbol en árbol. El mismo Arias fue seriamente herido. Su amigo Salomón (sic) Abad, un rico comerciante sirio, trató de arrastrarlo hacia un lugar seguro. Abad fue también herido, pero salió corriendo y escapó”.21

Los hechos, sin embargo, ocurrieron de otro modo, y de acuerdo con testigos de la época no concuerdan con las declaraciones oficiales. La versión más verosímil niega rotundamente la posibilidad de enfrentamiento militar entre las tropas oficiales y las del general Arias, quien, como ya se ha visto, contaba con pocas armas, y plantea que al momento de su muerte, Arias se hallaba acompañado de victoriano Almánzar y del general Francisco Morillo. Almánzar, quien ya había pactado con Trujillo, hábilmente logró dispersar a varios de los seguidores del caudillo y fue la persona que lo asesinó al propinarle un balazo en la columna vertebral cuando simulaba ayudarlo a cruzar una alambrada. Luego de esto, Almánzar, que ya percibía un salario como miembro de la escolta de Arias, salió disparando tiros al aire y exclamando ¡viva el gobierno!, lo que al parecer formaba parte de los acuerdos con las tropas oficiales.22

Otra versión, mucho más próxima a la verdad que la del aventurero Burke, la ofrece la historiadora montecristeña Olga l. Gómez, quien, basándose en las memorias de su padre, miembro del séquito de Arias, expone que al avanzar por las lomas de Gurabo, Almánzar iba a la vanguardia y el coronel Bruno de la Cruz a la retaguardia y al realizar un doblez en el camino, el primero imprudentemente exclamó: ¡ahí viene la guardia!, que eran los términos claves de la delación, escapando Almánzar en dirección contraria, resultando completamente ileso mientras Arias caía víctima de una lluvia de proyectiles disparados por las tropas oficiales.23

En la época en que ocurrió el acontecimiento se comentó insistentemente que Almánzar, que ya percibía el final de su líder, estaba en componenda con los colaboradores de la dictadura. Este sujeto, con el discurrir del tiempo, entró en contradicción con el dictador, quien le encargó su muerte a otro conocido matón de Mao. El crimen lo observó alguien que en esos momentos realizaba labores de topografía. Luego de la muerte de Arias, muchos de sus seguidores, principalmente los hermanos Torres y los Chacos debieron esconderse, ya que Almánzar los persiguió tenazmente con el objetivo de liquidarlos.

En la refriega contra Arias también cayó víctima de las balas un haitiano llamado Maken, que se encontraba recogiendo tabaco en el área. El aventurero Burke narra una versión carente de fundamento:

“… cuando Fernández sacó la cabeza del macuto y la levantó el Presidente bramó de ira. Le ordenó a Fernández que regresara a buscar el cadáver para que se le diera un entierro decente. Ya estaba oscuro cuando regresaron al lugar del enfrentamiento y no pudieron encontrar el cadáver del general... Así que le cortaron la cabeza a otro fugitivo muerto y se llevaron el cadáver a Santiago. Allá, a la luz de las velas, le ajustaron la cabeza de Arias al tieso cadáver, le tiraron una sábana por arriba y se fueron. Desgraciadamente, Arias había sido un hombre de tipo muy negro y el cadáver que le habían pegado era de un amarillo fuerte.24

El ingeniero Pedro Delgado Malagón refuta la descripción de Burke sobre el destino del cadáver de Arias, para lo cual se fundamenta en el testimonio de su abuelo, el médico militar Ángel Delgado Brea. Relata que el doctor Delgado recibió instrucciones de «preparar instrumental y materiales sanitarios de emergencia», y luego se le invitó a ocupar el asiento de uno de los carros de la caravana encabezada por Trujillo. Al arribar a la barca utilizada en esa época para cruzar el río Yaque del norte para llegar a Mao, el teniente Ludovino Fernández le informa a Trujillo: “General, allá le tengo la cabeza de Desiderio” y Trujillo, contrariado, le respondió: “muy mal hecho”. Al llegar a la alcaldía comunal, a la sazón ubicada en la calle 27 de Febrero esquina Trinitaria, en donde actualmente están las oficinas de correos de Mao, Trujillo le indicó al doctor que la cabeza de Arias estaba en la gaveta de un escritorio y había órdenes de traer el resto del cuerpo, ordenándole su preparación, procurando “que no se advierta que la cabeza ha sido cercenada”.25

El cuerpo de Arias lo trasladaron a Santiago y luego a Montecristi donde finalmente lo sepultaron, a solicitud de su viuda, Pomona Navarro, a quien visitó Trujillo para ofrecerle sus condolencias. El mismo día de la muerte de Arias, el tirano, con su peculiar capacidad para la simulación, aseveró públicamente que: «he sido el primero en lamentar la caída de quien fue mi aliado y mi amigo, de quien no tuvo del Gobierno y de mi propia persona, sino poderosos motivos de gratitud y a quien hasta no hace 48 horas intenté, con todo género de leales ofertas, sustraer a los designios que le reservaba la suerte de las armas”.26

Trujillo planificó muy cuidadosamente la muerte del general Arias debido a que este ostentaba la condición de senador de la República por la provincia de Montecristi. El primer paso consistió en eliminar a sus principales colaboradores; en segundo lugar, Trujillo doblegó al caudillo mediante una serie de humillaciones como la presión para que renunciara a la senaduría y su apresamiento por la banda de matones conocida como « la 42», que lo obligaron a subordinarse ante el incipiente poder despótico.

Cuando Arias se percató del carácter autocrático del régimen que él había contribuido a erigir ya carecía de posibilidades para enfrentarlo. Mientras todo esto ocurría, el poderoso aparato ideológico del régimen despótico se encargaba de divulgar la imagen de Arias como el prototipo del sujeto perturbador, enemigo de la paz y del progreso.

En la propia comunidad de Gurabo, Trujillo celebró la “fiesta de la paz” en la que reunió a un gran número de campesinos. A esta actividad asistieron muchos de los antiguos prosélitos del general Arias. En el acto, Trujillo aprovechó la oportunidad para contrarrestar la simpatía que todavía en esa comunidad se sentía por el ultimado general y expresó, en tono demagógico:

“… en lugar del cabecilla que os reunía para repartiros armas prohibidas y concitaros a la revuelta, surge hoy el conductor de trabajadores que poniendo en vuestras manos modernos implementos de cultivo os enseña el camino de la felicidad”.27

Un mes después de la muerte de Arias la dictadura hizo publicar una carta con los nombres de los más connotados ciudadanos de la todavía común de Mao y Esperanza así como de todas las secciones rurales de ambas, en las que supuestamente se adherían al partido que gestaba Trujillo. Encabezando a los firmantes, por ejemplo, se encontraba paradójicamente el señor Francisco Leovilgildo Madera (Panchito), reconocido crítico de la dictadura y quien fuera asesinado por órdenes de Trujillo a mediados de 1950. Luego del nombre de Panchito aparecían otros miembros de la antitrujillista familia Madera como Rafael (Feso), Alberto, Francisco, Ismael, José Dolores y Ulpiano (Nanito). Posteriormente la familia Madera encabezaba la lista de los «amigos indiferentes» al régimen de Trujillo, junto a Dimas Rodríguez, Lilo Rodríguez y Dimas Rodríguez hijo.28

Además se incluían los nombres de otros reconocidos desideristas como Abel Bonilla, Rafael Reyes Lozano, Gerardo Rodríguez, etc.29 En realidad, desde que se comenzó a gestar el Partido único trujillista, los ideólogos del régimen hacían publicar en los periódicos enormes listas de personas que supuestamente se adherían al mismo, pero luego muchos de los que aparecían firmando enviaban cartas desmintiendo la adhesión.

La muerte de Arias dejó huellas indelebles en la sociedad de Mao y durante largos años el ejército nacional no les dio cabida a los aspirantes a ser miembros de ese cuerpo nativos de aquí, lo que pone en evidencia la suspicacia que mantuvo el tirano hacia los habitantes de Mao. De la pequeña comarca de Gurabo, como ha observado Andrés L. Mateo, «partió un nuevo tipo de dominicanos, bautizados para “la paz” en ese hecho de sangre”.30

FUENTE: Herrera, Rafael D. (2010). Revueltas y caudillismo. Desiderio Arias frente a Trujillo (2da edición). Santo Domingo: Editora Búho. (*) Capítulo VII.

Notas

1 Bernardo Vega, Trujillo y las fuerzas armadas norteamericanas, Santo Domingo, 1992,
2 En B. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo, 1930, t. II, p. 989.
3 El Diario, “El abrazo del presidente Trujillo y el general Arias”, 6 de mayo de 1931.
4 B. Vega, Trujillo ante una corte marcial por violación y extorsión, Santo Domingo, 1995.
5 Además de Evertz integraban el Comité el gobernador, Dr. Pedro José Caimares; el señor Clemente Damico Reyes Báez, presidente de la Junta del Partido Dominicano; Eduardo Bogaert, presidente del Ayuntamiento; el síndico, Dr. Emilio Antonio Arté, entre otros.
6 El Caribe, «En emocionante ceremonia Trujillo recibe en Valverde medalla de Gratitud y Valor», 15 de mayo de 1961. En la ceremonia donde se impuso la medalla, acompañaron Trujillo Virgilio Álvarez Pina, presidente del Partido Dominicano; Luis Rodríguez, funcionario de la Secretaría de la Presidencia; los senadores, Dr. Euclides Gutiérrez Félix y Dr. José Elías Fernández Bisonó; los diputados, ingeniero Mauricio Álvarez Bogaert y Elías René Bisonó; teniente coronel Marcos A. Jorge Moreno, Lic. Juan Tomás Lithgow, entre otros.
7 Gilberto Sánchez Lustrino, «Trujillo constructor de una nacionalidad» en Andrés L. Mateo, Mito y cultura en la era de Trujillo, Santo Domingo, 1993, pp. 122-123. También puede consultarse a Gerardo Gallegos, Trujillo en la historia, Ciudad Trujillo, 1956.
8 Papito Rivera, «Desiderio Arias y Trujillo se entrevistan en Mao», en Papeles de Papito Rivera, Biblioteca Pedro Mir de la UASD.
9 Entrevista con Gregorio Almonte, 22 de junio de 1995.
10 Listín Diario, 11 de mayo de 1931.
11 D. Arias, «Manifiesto al país», Mao, 10 de junio de 1931. La redacción del documento se le atribuyó al periodista Mario Guerra. Osvaldo Bazil denunció a Guerra por el hecho y los sicarios del régimen le asestaron una tremenda tunda. Cfr. Lipe Collado, El foro público en la Era de Trujillo, Santo Domingo, 2002, p. 20.
12 Ibíd.
13 Listín Diario, 17 de junio de 1931.
14 Ibíd., 18 de junio de 1931.
15 B. Vega, Los Estados Unidos y Trujillo, 1930, t. I, p. 36.
16 Listín Diario, 18 de junio de 1931.
17 Entrevista con Gregorio Almonte.
18 B. Vega, Trujillo y las fuerzas armadas norteamericanas, p. 115.
19 Listín Diario, 20 de junio de 1931. En este mismo periódico (23 de junio) Osvaldo Bazil, cronista oficial de la dictadura, expresaba, refiriéndose a Arias, «que sus tenientes de ayer estaban hoy contra él y sus mejores columnas estaban identificados con Trujillo».
20 La Información, 22 de junio de 1931. Es relevante hacer constar el temprano amordazamiento de la prensa, pues ningún periódico nacional osó publicar su versión sobre la muerte de Arias, sino que se esperó una declaración oficial de la dictadura en torno a los hechos. En la crónica difundida se hace referencia a un «práctico», que era el maeño Andrés Tejada.
21 B. Vega y E. Cordero Michel, Asuntos dominicanos en archivos ingleses, p. 174.
22 Entrevista con Gregorio Almonte. Similar descripción de los hechos realiza Máximo Ares García (Pasito) en una entrevista publicada en la revisa Renovación, número, 232 del 16 de octubre de 1973.
23 Olga L. Gómez, Desiderio Arias. El cacique liniero, p. 95.
24 Cfr. «Señor Burky. La historia real de aventuras de William P. Burky» (publicado en 1935) en B. Vega y E. Cordero Michel, Asuntos dominicanos en archivos ingleses, p. 175.
25 Pedro Delgado Malagón, «La muerte del general Arias», Rumbo, año III, números 143 y 144 (28 de octubre y 4 de noviembre de 1996). Esta versión coincide con la que nos proporcionó el señor Juan Antonio Reyes, quien se desempeñaba como juez alcalde de Mao en la época en que ocurrió el hecho.
26 Listín Diario, 22 de junio de 1931.
27 Emilio Rodríguez Demorizi, Cronología de Trujillo, p. 96. Este acto se efectuó 
el 17 de noviembre de 1932.
28 B. Vega, Unos desafectos y otros en desgracia, Santo Domingo.
29 La Opinión, 27 de julio de 1931.
30 Andrés L. Mateo, Mito y cultura en la era de Trujillo, p. 122.

5 comentarios:

  1. Intersantes datos sobre nuestra historia y personajes. Donde podemos conseguir este libro del Prof. Dario?

    Cesar Nuñez.

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  2. Felicito al profesor Rafael Darìo, por lo didàctico de su narraciòn, lo cual la hace mas asimilable con sòlo leerla una vez.

    Rolando Espinal

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  3. Cuando vengas a Mao me puedes llamar al 829-805-1855.
    Rafael Darío Herrera

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  4. Le llamare uno de estos dias, para tener ese interesante material, muchas gracias entrañable Profesor.

    Cesar Nuñez

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  5. Esa es nuestra historia.La misma que dieron origen a las grandes tribulaciones y conflictos desde los mismos albores de la humanidad.El hombre es bueno y es malo.Todo está determinado por los genes y el entorno social. Definitivamente los hombres que actúan bien, son aquellos que dar más valor a lo espiritual y trascendente y no a lo esfímero y particular. Felicitaciones historiador.

    Monchy.

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