Editorial de La Información, Santiago, 29 de noviembre de 1945
Hace muchos años el consagrado poeta y escritor don R. Emilio Jiménez, quien vivió muchos años en Mao ejerciendo el cargo de inspector de Instrucción Pública, y en cuyo pintoresco y amable pueblo compuso muchos de sus mejores poemas, entre ellos el poema de su propio hogar, al unir su suerte con una distinguida dama de aquella sociedad, llamó a aquella población “La villa de los poéticos atardeceres”. Esta locución es propia de un poeta hacedor de cosas bellas en la pródiga fragua de sus fantasías, y llegó por mucho tiempo a suplantar, tal poético mote, al propio nombre de la villa que, oficialmente, es el de Valverde y, por tradición, el de Mao.
Hoy a Mao, por muy bello que sea el mote, no le conviene que le llamen “Villa de los poéticos atardeceres”, porque si es verdad que su panorama sigue siendo bello, y graciosas sus mujeres y gentiles y trabajadores sus hombres, y poéticas sus puestas de sol, no es menos cierto que, desde unos quince años a esta parte, Mao ha tenido una transformación radical en su fisonomía urbana y, muy especialmente, en sus actividades de vida. Hoy Mao debe ser llamada la “Villa de los constructivos atardeceres”.
En primer lugar, esta transformación en la vida maeña se debe a la sabía política gubernamental en amparo y fomento de la agricultura; Mao es una común eminentemente agrícola y fue la primera en el Cibao en tener un sistema de irrigación artificial debida al empeño y al esfuerzo de un grupo de terratenientes que se constituyeron en lo que se llamó Sociedad de Regantes; desde que tuvo canales de riego, surtidos por el río Mao, una apreciable parte de la común se dedicó al cultivo del arroz; años más tarde, en pleno gobierno del presidente Trujillo, este esfuerzo hacia la irrigación artificial hecho por las precarias posibilidades de los particulares, tuvo un poderosos impulso del Gobierno al construirse el gran canal de Gurabo, que riega una extensión considerable de tierras que antes fueron inútiles para los cultivos agrícolas y, poco después, se dotaba a aquella común de uno de los mejores puentes colgantes que hay montados en la República y que fue el primero de su especie que se instaló en el país. Este puente resolvió el último problema de dificultades que se le ofrecía a Mao en el terreno agrícola, y que estaba representado por la eventualidad de la transportación a través del río Yaque, servicio que se hacía por medio de una barca que, a veces, bastaba una pequeña avenida del río para permanecer varios días imposibilitada para el servicio.
Desde que se hicieron estas dos obras, es decir, desde que se construyeron el canal de Gurabo y el puente San Rafael, Mao comenzó a evolucionar de manera sorprendente; casi todos los maeños clásicos se hicieron terratenientes y cultivadores de arroz; maestros de escuela hubo que después de pasar años y años luchando con la pedagogía, sin lograr más allá que un mal sustento, tiraron el ábaco y la pizarra a un lado y se arremangaron el zurcido del pantalón y se tiraron al agua, con valentía y con arrojo, dedicándose a sembrar arroz; hoy, esos maestros viven vida cómoda y próspera, tienen colmados y hasta se gastan el lujo de poseer cuadras de caballos de carrera.
Antiguamente Mao ofrecía el espectáculo triste del éxodo, hoy, por el contrario, pide gente para ofrecerle trabajo bien remunerado y, además le brinda pasaje y hospedaje gratuito. Es que hay más trabajo que brazos, que es el máximo significado de la prosperidad de un pueblo.
Al conjuro de su trabajo y de su bienestar económico, la villa de Mao ha progresado de manera notable; han sido construidas innúmeras residencias familiares, almacenes comerciales y otros edificios, y se han hecho reparaciones y hermoseamiento de su principal paseo público y de sus avenidas, lo que le ha dado a la villa todos los perfiles de una ciudad moderna.
A Mao le quedaban por resolver dos problemas vitales para entrar por la puerta ancha, a la merecida categoría de ciudad: un servicio eficiente de alumbrado eléctrico y el arreglo de sus polvorientas calles.
Gracias también al honorable presidente Trujillo, el primer problema va a quedar resuelto ya dentro de algunas semanas, pues, como informamos ayer, llegó a Ciudad Trujillo una moderna planta eléctrica que suplirá de alumbrado público y privado a la progresista villa; ahora quedará para los maeños el problema de sus calles que, en los días soleados y de brisa hace imposible la vida por su grandes nubes de polvo y, en los días lluviosos hacen calamitoso el tránsito por los enormes lodazales.
El Ayuntamiento de Mao, con el esfuerzo de los maeños progresistas y pudientes, debe dar inicio inmediato a la obra de construcción de las calles de aquella villa, pues estamos en la seguridad de que cuando acometan tal empresa, el gobierno no los dejará solos, sino que, como siempre, irá con su ayuda eficaz y decisiva.
Escrito suministrado por el Lic. Rafael Darío Herrera, historiador.
Hay que seguir construyendo una comunidad inspirada en el trabajo colectivo,donde la suma de energía, sea la filosofia de vida que debemos asumir como pueblo.A cada cosa que hagamos hay que ponerle entusiasmo y determinación.El progreso no llega solo,siempre está acompañado y ligado al empeño y al esfuerzo colectivo de los pueblos.Profesor siga en su titánica lucha por dar a conocer nuestra historia.
ResponderEliminarMonchy.