VIVENCIAS
Por Pablo Mustonen
Don Luis L. Bogaert, ingeniero belga, había llegado para quedarse. Constructor de canales y las principales calles de Santiago, íntimo amigo del dictador, visionario y soñador, al conocer a Mao, de inmediato se dio cuenta que había descubierto su Potosí; sin pérdida de tiempo y calculando sobre la marcha, se decidió a emprender y hacer realidad su sueño. Se propuso, y con acierto, lograr construir un canal de riego privado, el que hoy se conoce con el nombre de Canal Bogaert y que parte en dos al pueblo. Aún se pueden observar los dos puentes, uno en la avenida principal (la calle Duarte) y el otro cercano a la factoría de don Ismael Reyes.
No sé cómo, pero pudo conseguir algunos quintales de semilla de arroz llamado Canilla, y sin pensarlo dos veces, procedió a la siembra masiva de este cereal.
En Panamá, en donde había trabajado, logró que le vendieran a muy buen precio, alguna que otra maquinaria, entre las más importantes: Una caldera, un generador y varias máquinas de vapor "Corlis", que con la ayuda del vapor que producía la caldera de leña, podían transformar la energía, en movimiento circular. Con estos equipos ya en la Finca Bogaert, instaló el primer generador de electricidad, que tenía la suficiente potencia para el alumbrado total de las casas del batey central y alguna que otra del Hatico; también se instaló la primera fábrica de hielo en blocks de 100 libras cada uno, los cuales "Vieje"—el encargado de producción—, con un punzón y sabiéndolos golpear, los partía con una exactitud que rayaba en la perfección, en medios, cuartos, décimos, etc. Estos pedazos eran repartidos por el pueblo y vendidos a las bodegas y pulperías; estas casi siempre compraban medio block los cuales mantenían por largo tiempo en lo que llamábamos "neveras", que eran cajas de madera gruesa de pino y que normalmente tenían en su tope, dos ventanas abatibles, para poder manipular el hielo y que se forraban en su interior con una chapa metálica de poco espesor, preparadas por Darío, y el hielo era recubierto por un saco de henequén y paja de arroz, evitando de esta manera que este se derritiera con rapidez..
Para la venta al menudeo, se usaba un punzón para picar hielo y para procesar los "guayaos" un cepillo metálico, que por medio de una cuchilla, casi pulverizaba la roca congelada que llamábamos hielo. El mejor "guayao" era el mezclado con leche, leche de coco y vainilla, que costaba una fortuna, pero era una verdadera delicia; me podía dar el lujo de pedir una mensualmente. Ver preparar un "guayao" era un verdadero placer, ya que normalmente cada bodeguero o pulpero manejaba el cepillo de una manera diferente y previamente estudiada. Todavía hoy se puede conseguir un "guayao" pero le han cambiado el nombre a "frío-frío" y los dueños de estos triciclos, no manejan el cepillo con la destreza de los "guayaeros" del ayer.
La finca tenía su propio acueducto y un inmenso tanque para almacenar el agua que se distribuía por gravedad a todas las casas, la nuestra tenía dos baños con sus respectivos inodoros; aun así, en el patio de estas mansiones se construían letrinas para el uso de los chóferes y el personal del servicio.
"Vieje" era un experto haciendo helados de frutas, dependiendo de la estación del año. Había helados de tamarindo, de guanábana, de mango y de frambuesa artificial—para éste no había época y era el que más gustaba—, los cuales se envolvían en papel de "traza”. Los muchachos distribuían los helados por todos los barrios, a centavo (para ese entonces bastante dinero) la unidad. En época de calor (que en Mao es todo el año) estos se vendían como "pan caliente".
Los mecánicos del taller eran verdaderos expertos y mantenían aquella maquinaria trabajando las 24 horas del día y los 365 días del año, como cuando fueron instaladas por primera vez; entre ellos recuerdo a Rafael (tornero) que tenía un enorme motor Indian y que al hacerme su amigo, me montaba en la parte trasera del mismo e íbamos al Mamey, siempre a la casa de doña Pola (la dama de hierro), dueña del cacao y experta en el cultivo de hortensias; otro era el Bate (todólogo, gran conversador y con una voz de trueno, que se hacía sentir por todo el edificio metálico con un efecto de eco, que muchas veces era molestoso) y que aún vive en Hatico; el soldador y hojalatero era Darío, este sufría de "azúcar" y siempre se quejaba de alguna que otra "dolema". De los tres no puedo decir cuál era el mejor, eran verdaderos magos que trabajaban en equipo y que cuando menos lo pensaba, desde sus mangas, sacaban un conejo mecánico, que cumplía con lo esperado.
En cada casa había un teléfono de manigueta (magneto) y según un código pre-establecido de timbres cortos y largos podíamos abrir o no la clavija para establecer la comunicación, el nuestro era tres timbres cortos y un largo. El encargado de la "telefónica" era Luís y que cuando había una avería, debía caminar desde la oficina hasta la casa del requerido, en donde entregaba el mensaje escrito sobre un papel pequeño, que era reconocido por nosotros y que tan solo los adultos podían leer.
Unos de los sitios preferidos de la reunión vespertina era la barbería, donde el barbero Julián. Él era nuestro ídolo, ya que se sabía todos los cuentos del momento, a poca distancia y en otra "era" (así llamábamos a las enormes edificaciones de entonces, que se dividían en varios y diferentes almacenes) se encontraba la bien abastecida bodega que diestramente manejada don Baudilio; allí nunca faltó nada. Recuerdo que para navidad, siempre abundaban los cohetes "chinos", las velas romanas, las patas de gallinas y los busca-pies, etc.
La colección de postalitas (chicles) con los peloteros del momento, se podían adquirir a centavo cada una y de "ñapa", venían con una goma de mascar en su interior. Hoy, con una de estas puede uno obtener unos cuantos miles de dólares y los coleccionistas las buscan por todas partes del mundo, pero en aquella época Joe Dimaggio tenía poca o ninguna importancia para nosotros: las usábamos para jugar al "pegao", tirándolas desde una pared, hasta que una de ellas cubría una parte de las que se encontraban tiradas en el suelo. Las "bellugas" eran a tres por centavo y las usábamos para jugar al "ron", este juego consistía en un círculo y a cierta distancia de éste una raya; se tiraba desde la base del "ron", en dirección a la raya y el quedara más cercano, abría el juego; ganaba el que a golpe sacaba una o todas las "bolas" del interior del círculo. Algunas veces jugábamos con "bon", que era una bola de vidrio mucho más grande y costosa que la "belluga". Llorábamos cuando nos "casqueaban" un "bon", por lo que evitábamos jugar con estos. Era un orgullo poseer el más grande y colorido.
Cerca del batey central, habían pequeñas plantaciones de frutales, tales como: Mangos, toronjas, jobos, ciruelas, batatas, etc., suficientes como para conseguir una dieta balanceada durante todo el año. La muchachada se deleitaba "maroteando" por todas partes y siempre sabíamos donde encontrar la fruta en sazón y que se correspondía con la estación de cada año.
Afirmamos que no fue necesario esperar por el "circo extranjero llegado en barco", para descubrir el hielo. Mao, primero que Macondo, conoció muchas "cosas", antes de que el "Gabo", en blanco y negro, con la belleza de su magnífica narrativa, las plasmara con una inspiración muy humana en sus galardonados y excelentes cuentos, para deleite de todos nosotros.
Contar es recordar, pero también es coordinar los hechos y relatarlos con cierta sencillez, sin dejar de fabular y exagerar los sucesos que nuestras abuelas relatan o relataban, con una ingenuidad angelical, al referirse a nuestro pasado, casi presente. Igual que Macondo, Mao pasó por las penurias de las botas militares, dictadores y por demás; igual que Macondo, sufrimos una United Fruit (Grenada Company), teníamos Coroneles a quien nadie le escribía.
Sembramos esperanzas y cosechamos decepciones con los "inversionistas extranjeros". Pero por suerte, ya esto es pasado y aprendimos a labrarnos nuestro destino por nosotros mismos. Ya podemos levantar la cabeza con orgullo y ver al extranjero directamente a los ojos, sin arrepentimientos ni vergüenza. La Mamá grande ya duerme tranquila en nuestro bien recordado pueblo.
La historia debe ser contada, es nuestro deber hacer estos comentarios y discutirlos con altura con nuestros hijos, relacionados, amigos y conocidos.
ESO ERA VIVIR
Tomado de Mao en el Corazón
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