lunes, 14 de enero de 2013

MAO: MI PUEBLO QUE NO ES MI PUEBLO

Por Doris Rodríguez

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Allí donde nacen las mañanas frescas y duermen las tardes bañadas por el más hermoso atardecer que a humano le haya tocado su piel, allá dejé mi esencia en el ambiente esparcida en cada cruce de calle.

No nací en uno de sus barrios, pero caminé sus calles, bebí de sus aguas frescas, me bañé en los canales a escondidas, tras los matorrales de los arrozales; escuché las campanadas que salían de la catedral Santa Cruz, me alertaban que debía ir a rezar por los pecados y rebeldía de la sociedad.

Recibí las enseñanzas de maestros de inteligencia centenaria, leí historias de mi pueblo estampadas por la sangre de sus héroes, crecí con el orgullo y alegría que da el ver hombres nobles, trabajadores y sus mujeres hermosas de piel canela que sus pasos parecían danzar al caminar.

Degusté el manjar del buen “Cacheo”, bebida de los pobres para saciar la sed del hambre y refrescar las lombrices de la miseria, crecí bajo el follaje del samán escuchando cuentos y anécdotas de los señores/as de mi barrio… Montando la bicicleta chopper de la mano de “Lolo” que nunca aprendí a pedaliar… Al medio día sonaba la sirena de los bomberos anunciando las 12:00 M, mientras “Luis pichirrí” se escuchaba saludando con su silbido sin igual.

Miré los verdes arrozales y platanales cuando la briza acariciaba los frutos y sus hombres surcaban la tierra; los pasos se escuchaban en las madrugadas en medio del llanto de un niño que acababa de llegar al mundo de manos de la prodigiosa comadrona “Mama”, quien cada año celebraba una gran fiesta a “San Miguel” quizás agradeciendo a los ángeles por su dote de partera.

Como olvidar los años de primavera, caminado erguida como dama de sociedad recibiendo miradas silentes de adolescentes ilusionados, entre uniformes y tareas; a la distancia el príncipe de sueños que alcanzaba observar ruborizando mi rostro con los colores de las sorpresas del corazón.

Soñé entre las mañanitas de Navidad con los villancicos a ritmo de tambora y güira que tocaban los muchachos de las esquinas del samán; mientras se escuchaba la voz alcoholizada de Ramón Bonilla que decía: “Te odio mas sin embargo te quiero”.

En mi pueblo que no es mi pueblo, allá, vestí mis mañanas de domingo con la mochila azul en el cine “Elda”… Pocas amigas/os, quizás por mi timidez, pero siempre con una sonrisa a flor de piel.

Jugué en medio del parque “Amado Franco Bido” con mis trenzas largas, mientras la banda municipal ponía música a mis saltos, en tardes de domingos pintadas por arcoíris al anochecer… En tanto el “Samoa Bar” lucía sus mejores galas al recibir los artistas de la época, “Johnny Ventura”, “El Conjunto Quisqueya”, “Milly”, entre otros, que solo desde las afueras sentía sus cantos sonar.

Las semanas tenían letras de colores en la biblioteca “La Noroestana” cuando iba por las tardes a hacer tareas o a leer el periódico de ayer, doña Luz iluminaba mi rostro con la vela de su sapiencia para encender el fuego de mi adolescentente inteligencia, llenándome de entusiasmo por las letras.

Pasan los años y cómo olvidar el olor del pan recién sacado del horno de la panadería de “Juanito”, la fragancia de la tierra en las lluvias de mayo, los mangos que traía la crecida de la cañada de Wititio, aún busco en el espacio, en el tiempo aquellas tardes de granizos pidiendo permiso al viento para alcanzarlos y comerlos… Se hace presente en mi mente la belleza que adornaba el jardín de la gran maestra doña “Camelia”, aquellas rosas con el brillo de la lluvia y la fragancia de su aroma.

En la niñez se marcan los momentos especiales en la mente, el alma y el corazón. Por lo que siempre recuerdo con gran cariño a doña “Tontón”, disfrutaba cuando la veía tocar su piano, los más agradables momentos de mi vida; que en innumerables ocasiones hice realidad, la calle Emilio Arté era mi favorita, tenía 12 años y por primera vez vi un piano que tantas veces soñé tener y aprender a tocar; mis pasos eran tan lentos al pasar frente a su residencia para observar la señora del piano como tantas veces le dije en mi interior a doña “Tontón”. Generalmente su casa permanecía cerrada, pero yo observaba por las pequeñas rendijas de las tablas cuando impartía sus clases de piano, y cada domingo en el parque me maravillaba al ver cómo dirigía toda esta banda integrada por músicos, en su mayoría hombres.

Al recordarla, siempre lloro, por la emoción, la alegría que me traen esos momentos de transitar por la Emilio Arté, esa calle tiene una magia especial para mí, vivió allí unas de mis mejores amigas y mujer de gran distinción y elegancia de la ciudad, “Doña Pancha”, y por coincidencia mi hermana y madre de crianza ha vuelto a residir allí.

Aunque no nací en Mao, todas mis vivencias de niña y adolescente están impregnadas en las calles de mi pueblo como las notas musicales del piano de “Tontón” que aún suena silente en mi mente tocando mi corazón.

Los días pasaban entre estudios, quehaceres del hogar, cuidando mis sobrinos, poco entretenimiento a menos que no fuera ver la TV a blanco y negro cuya programación no pasaba de el Show del Medio día, La Lucha Libre, Candy, El Chavo del 8 y unas que otras telenovelas venezolanas y mexicanas; la galería de la casa se llenaba de gente del barrio para ver con nosotros los programas; no había muchos televisores en el sector.

Soy de un pueblo, donde aprendí a reír, llorar, trabajar, luchar, crecer, a ir tras mis sueños, unos logrados otros por alcanzar; soy de allí por lo vivido, por lo que recibí, por lo que aún recibo, por la calidez de sus habitantes, por el respeto y cariño que me han profesado, porque no ha sido en vano lo que he brindado, a través de más de 20 años de carrera, en el ejercicio del buen hablar, educar, entretener e informar y sobre todo porque solo he rociado sonrisas de bienestar en los rostros de mi gente.

Aquellos que ahora dicen: “¿Por qué no se termina de ir?” No tienen que preocuparse, cada quien tiene su espacio, así como he construido el mío a base de esfuerzo, disciplina, estudios, trabajo, entusiasmo y talento; de esa misma manera hagan su camino al andar sin dañar a los demás.

No me voy, porque aunque me vaya, allí mora mi historia, ahí está retratado mi tiempo, mi entrega, mis luchas, mis sueños, mis vivencias, lo que di y lo que me falta por dar, porque de mi pueblo que no es mi pueblo, no pido nada, solo por sus calles caminar.

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