domingo, 6 de octubre de 2013

JUAN DE DIOS PARDO

Este importante artículo acerca del poeta/educador don JUAN DE DIOS PARDO nos lo hizo llegar el Lic. Rafael Darío Herrera, historiador, el 6 de octubre de 2013, acompañado del siguiente comentario que hemos utilizado como introducción al mismo:

Este artículo contiene elementos para reconstruir tanto la historia de la educación como la del propio pueblo de Mao pues hace referencia a tres de sus primeros pobladores: El profesor Román de Peña, quien se asentó en Pretiles procedente de Guayubín, y se casó con Buenaventura Aracena Colón, hija de Gregorio Aracena. De Peña murió en esa comunidad a los 90 años el 28 de febrero de 1904. Era el padre, entre otros hijos, de Benjamín de Peña, quien fue discípulo del sabio puertorriqueño Eugenio María de Hostos.

Gregorio Aracena nació en Dicayagua, San José de las Matas, en 1805 o 1807. Era hijo natural de Rosa Aracena (n. 1785). Debió establecerse en Pretiles a mediados del siglo XIX y se casó en 1882 con la dajabonera Juana Antonia Rodríguez, hija de Vicente Rodríguez y María Merced Colón.

Agapito Tejada (f. 18 de agosto de 1885) vino a Pretiles desde Guaraguanó y se casó con María Josefa Jiménez.

Pero lo interesante del artículo es que refiere la titánica labor educativa del profesor cubano Juan de Dios Pardo en la comunidad de Pretiles, quien debió ser entonces el primer maestro que ejerció el abnegado quehacer en esta comunidad de Mao, antes de adquirir la categoría de Común el 25 de noviembre de 1882.
Hasta aquí el comentario del Lic. Herrera. Sigue el artículo.

JUAN DE DIOS PARDO

La Libertad, año I, núm. 7,
17 de noviembre de 1878.


Tenemos a honra adornar las columnas de este semanario con este nombre modesto y oscuro, pero grande en nuestros corazones agradecidos. ¿Quién es? Parécenos que nos están preguntando ya nuestros lectores. ¿Quién es? Vais a saberlo.

Por el camino carretero que va de Mao a Guayubín, como a 6 kilómetros de la primera de estas poblaciones, hay a mano derecha lo que llaman nuestros campesinos una entrada que por una senda estrecha y tortuosa conduce a una pintoresca explanada en la cual, dispersos como una bandada de pájaros, descuidados, se ven algunos bohíos, morada de sencillos y acomodados agricultores; ahí viven patriarcalmente, rodeados de sus familias, de sus ganados y de sus labranzas Román de Peña, Gollito Aracena, Agapito Tejada, hombres buenos y honrados si los hay.

Frente a la bonita casa de madera y techada de zinc, De Román, veréis un bohío, el peor de todos aquellos; ahí es donde yo quiero llevaros.

Si os acercáis ahí, os descubriréis involuntariamente la cabeza, por dos razones: primera, porque así que os asoméis, veintinueve o treinta niños se levantarán de su buena educación; y la segunda, la principal, porque sentado grave y triste en uno de los extremos de la clase, veréis un hombre, a cuya vista el respeto y la simpatía llamarán a vuestros corazones.

Es Pardo: él saldrá a recibiros, a suplicaros que os desmontéis si vais a caballo, en una palabra, a haceros los honores de su hospitalidad pobre, y sencilla y modesta como él, pero como él cordial, sincera.

Al estrechar su mano comprenderéis que es un hombre tímido; su constitución débil, la contracción involuntaria de sus labios, su mirada franca pero velada por esa nube de vaga melancolía que imprime en los ojos de los desterrados la ausencia de la patria, os dirán que Pardo es una organización delicada, sensible, poética…

Porque Pardo es poeta; lo leeréis en sus ojos y en su frente ancha, despejada que irradia… Así, como por sorpresa, nos hemos permitido arrebatarle algunas de sus poesías, impregnadas todas de esa tristeza íntima pero apacible y tranquilla que –cuando el cáliz de las decepciones miserables de la vida amenaza desbordarse- mira serena y resignada al cielo; solo cuando piensa en Cuba, esa Hipatia ensangrentada, martirizada, despojada de sus vestiduras a la faz de la América indiferente a tanto oprobio, esa patria perdida para siempre en quien adora más cuanto mayor es su infortunio, encuentra en su lira sonidos grandes y poderosos como el hablar del rayo y la voz de los huracanes en el mar, clamores dignos de un profeta bíblico.

Pero no os detengáis: traspasad el dintel de su… íbamos a decir puerta, pero recordamos que la última vez que estuvimos a visitarlo, la generosidad de aquellos padres a quienes dispensa el beneficio inestimable de alumbrar el alma de sus hijos, no había llegado en esa insignificancia , y que la casa del maestro continuaba cerrándose con un par de yaguas mal juntas con bejucos, materia baratísima como que la selva exuberante la vende… gratis et amore.

¡Pero entrad! Es un templo, lectores míos; ¡es una escuela!... Allí está Dios; vedlo si no en la límpida irradiación de las frentes de aquellos niños inocentes, esperanzas patrias, en quienes deposita Pardo con la bondad de un padre, con la paciencia de un santo su no pequeño caudal científico. Estos niños de hoy serán hombres de mañana; hechuras de Pardo, serán todos buenos, honrados, amantes de su patria como él.

Nosotros admiramos el sacrificio de Pardo, nosotros, que miraríamos sin asombro y sin veneración cruzar a nuestra vista todas las grandezas y majestades de la tierra, inclinamos ante él nuestras frentes altivas, porque quien como él, derrama el bien y moralizar con su ejemplo, y enseña la verdad, es semejante al Dios santo que adoramos.

Pardo, nosotros somos jóvenes, y, como Ud., pobres y desconocidos; nada tenemos que ofrecerle, como no sea el testimonio de nuestra eterna gratitud que con efusión a Ud. mandamos: recíbalo en nombre de nuestra patria agradecida, cuyo porvenir más feliz Ud. elabora; en el de los padres dominicanos cuyos hijos harán su memoria inmortal; en el de estos estudiosos niños en quienes Ud. infunde esa segunda vida, más preciosa que la del cuerpo, la luz del entendimiento.

El nombre de Pardo evoca en nuestra memoria por natural asociación de ideas el nombre también querido, también venerado de nuestro maestro PEÑA.

Experimentamos al pronunciar ese nombre algo como la sensación de ese fluido invisible que hace palidecer el rostro, y suspender las palpitaciones del corazón; sentimos que el ángel del entusiasmo pasa, imponiendo sus celestes manos en nuestras almas.
Allí, lejos, cabe a esas lagunas exhalaciones mortíferas, en esa Fort Liberté, veneno de un Grullón, vive entre las agonías del destierro, triste y pensando en sus discípulos de otro tiempo, nuestro maestro.

Piensa tal vez que le hemos olvidado, pero se engaña… ¡Oh! Nosotros le amamos, nosotros le bendecimos, como bendice el viajero al astro de la noche si lo ve asomar sobreponiéndose a espantoso nublo y alumbrando los desfiladeros de su camino; le amamos y le bendecimos como ama y bendice el marinero perdido en el desierto tumultuoso de los mares, a la vívida estrella que le marca el rumbo.

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